No se me ocurre, en estos momentos, una figura que haya respondido al nivel de las circunstancias, con todas las incertidumbres de una pandemia jamás antes vista por generaciones actualmente vivas, como la Universidad de Guadalajara.
Ya ha pasado prácticamente un año de la epidemia en México y esta institución ha estado presente en cada paso que en Jalisco se ha dado para encontrar y ejecutar soluciones que permitan hacerle frente a esta crisis sanitaria.
Su personal médico, sus hospitales civiles, sus alumnos y profesores, sus trabajadores administrativos, sus expertos, la Mesa de Salud, el rector, los centros universitarios, sus investigadores… pienso en que no hay persona en la UdeG, de las que están involucradas en hacer frente a la epidemia, que no se haya portado a la altura de este reto mayúsculo.
Hago un repaso rápido en mi memoria y no tengo registro de quejas relevantes en torno a cómo han actuado la institución y su personal durante estos meses.
La UdeG se ha erigido en una figura a la que los jaliscienses nos hemos podido acercar, ser atendidos y escuchados. No puedo decir (y creo que nadie podría) que todo ha sido perfecto y que no hay atisbo de inconformidad, pero esas molestias de las que he sabido terminan siendo entendibles y hasta razonables cuando se valora la estrategia desplegada en todo el estado.
La universidad ha levantado la mano una y otra vez con sus recursos –humanos, físicos y económicos– cada vez que se han requerido acciones… Pero también ha levantado la voz cuando, de acuerdo con sus especialistas e investigadores, las autoridades estatales no han tomado las que, a su parecer, son las mejores decisiones para los momentos vividos.
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